Manuel Poggio Capote
Cronista oficial de Santa Cruz de La Palma
El pasado 18 de febrero de 2011 falleció Antonio Manuel Díaz Rodríguez, al que puede considerarse uno de los más preclaros conservacionistas con los que ha contado la isla de La Palma (Canarias). De personalidad abierta, afable, inquieta y dotada de un fino sentido del humor –tan consubstancial, por otro lado, a la seña de identidad palmense–, desplegó a lo largo de toda su existencia un carácter vitalista y un perfil encarnado en la esencia más auténtica de la isla. Su biografía se resume en un compromiso constante con La Palma, por el que mostró a sus convecinos que la mejor manera de defender los valores universales es a través de su medio más inmediato. Quizás éste haya sido su mejor legado: saber hacer de la patria chica el modelo para ennoblecer la patria grande. En este sentido, Díaz Rodríguez fue un naturalista y un humanista de vocación local a la vez que un ciudadano de sentimiento generalista. Es decir, consiguió contemplar a La Palma como una utopía viable al mismo tiempo que entrevió el mundo como anhelo de la propia isla.
Nacido en Santa Cruz de La Palma el 14 de octubre de 1929 en el seno de una familia de honda tradición liberal y mercantil, Antonio Manuel Díaz ejemplarizó una manera de ser en la que sabiamente supo conjugar las raíces culturales de la geografía insular; una decidida y valiente apuesta medioambiental, asentada en sólidos argumentos; y un respetuoso talante, capaz de trabar vasta amistad con personas de todas las ideologías o tendencias políticas, una actitud, por demás, siempre difícil de encontrar. Hijo de Diógenes Díaz Cabrera (1904-1993), cónsul de Venezuela en la isla, y de Rosa Rodríguez Hernández, mostró desde niño una curiosidad innata por cuanto le rodeaba. De este tiempo son sus entrañables recuerdos del carnaval de la primera mitad de la década de 1930, rememorados en la casa familiar de la calle O’Daly y que, con posterioridad, glosó en más de una ocasión. Sin embargo, en 1936, la terrible guerra civil marcó el destino familiar. Su padre, Diógenes Díaz, conocido francmasón y militante del Partido Republicano Palmero en la línea de Alonso Pérez Díaz (1876-1941), fue encarcelado en distintas prisiones del archipiélago y de la península entre 1941 y 1947. A partir de este momento, la huella de Pérez Díaz y un republicanismo consecuente quedarán patentes como dos principios que sellan buena parte de su vida. Señalemos en este sentido que Díaz Rodríguez dispuso que las flores de su sepelio, una vez concluido su velatorio, se depositaran ante la tumba de D. Alonso.
Entretanto, los años de bachillerato supusieron para el joven Díaz un oportuno encuentro con la cultura. El magisterio –también motivado por las trágicas consecuencias de la guerra civil– de José Pérez Vidal (1907-1990) en el Instituto de Bachillerato de Santa Cruz de La Palma, fue un remanso en aquellos tormentosos años. Un testimonio de aquel empuje juvenil fue la confección del periódico escolar Cristal y roca (1948), un ilusionado boletín escolar secuestrado desde el número 1 por las autoridades educativas. No obstante, lo más importante de aquella efímera empresa fue la estrecha amistad forjada desde este instante entre D. Antonio Manuel y el etnógrafo palmero, del que aquél llegó incluso a ser albacea testamentario. En este ámbito resulta indudable la influencia de Pérez Vidal en la sensibilidad de Díaz, y en especial en la amplia receptividad que mostró siempre por la cultura popular. D. Antonio Manuel supo hacer suya aquella máxima dictada por D. José en su prólogo al libro Narraciones que parecen cuento (Santa Cruz de Tenerife, 1954) de Armando Yanes Carrillo (1884-1962): “El pueblo que […] deje desvanecer su tradición y su historia perderá sus raíces y llegará a sentirse extranjero en su propia tierra”.
Llegada la edad universitaria, Díaz Rodríguez marchó a Tenerife, donde cursó estudios en la Escuela Profesional de Comercio, en cuyo seno, en 1952, se tituló como perito mercantil. Más tarde completó su formación como profesor mercantil en la Escuela de Altos Estudios Mercantiles de Madrid, en la que se graduó en 1954. Vuelto a La Palma, empieza a ejercer profesionalmente en la empresa familiar, una de las casas más relevantes de la isla. Fundada en 1902 por su abuelo Manuel Rodríguez Acosta (1883-1961), el negocio abarcaba géneros de diversa índole como el de ferretería, gasolinera, venta de automóviles, motocicletas y repuestos, así como las explotaciones agrícola y ganadera.
En 1957, de manera paralela a los quehaceres comerciales, se incorpora al claustro de la Academia Insular de Magisterio y Comercio, donde comienza a impartir docencia. En esta faceta destacó como un buen profesor gracias a sus dotes naturales para la comunicación. Alguno de sus antiguos alumnos recuerda cómo sus aptitudes de pedagogo movieron su interés por las asignaturas más áridas del plan de estudios. Una vez cerrada la academia, pasó por oposición a ser profesor de Tecnología Administrativa y Comercial en el Instituto de Formación Profesional Virgen de las Nieves, donde trabajó hasta su jubilación en 1994. De igual modo, D. Antonio Manuel compaginó las tareas docentes con el servicio diplomático. Retirado su padre del cargo, desde 1959 Díaz fue designado cónsul ad honorem de la República de Venezuela en La Palma, empleo que desempeñó hasta el año 2008. En este ejercicio tuvo el privilegio, por ejemplo, de recibir al presidente venezolano Rafael Caldera en sus visitas a la isla en 1975 y 1978.
En cierta manera ese compromiso social le condujo a formar parte activa del Club de Leones, asociación altruista que durante la década de 1970 auspició una serie de relevantes proyectos en la capital palmera: erección de un parque infantil en la antigua plaza de las Monjas (1971), acondicionamiento del elemento escenográfico del Barco de la Virgen como Museo Naval (1970-1975), o rescate, tras varias décadas de olvido, de la popular cabalgata de Reyes en la noche del 5 de enero (1970). Antonio Manuel Díaz y su esposa, Blanca Aurora Ríos Pérez, profesora superior de piano, colaboraron con cariño, ilusión y entusiasmo en estas iniciativas. En igual forma, Díaz presidió durante dos años la histórica Sociedad La Investigadora de Santa Cruz de La Palma (2001-2003).
Con el restablecimiento en 1978 del sistema democrático en España, Antonio Manuel Díaz asumió entonces el compromiso político. Entre 1979 y 1983, durante la primera legislatura de la nueva etapa de las corporaciones locales, integró como independiente las candidaturas de Unión de Centro Democrático al Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma y al Cabildo de La Palma. En este tiempo, y a través de su cargo de consejero insular, se materializó la creación de la Granja Experimental de Garafía, institución concebida para la salvaguarda de las razas autóctonas de La Palma que ha venido a representar un papel fundamental en la conservación del patrimonio genético insular. En este cometido cabe recordar que fue pionero en identificar la mayoría de las razas locales, como la oveja y la cabra palmeras y el perro pastor garafiano. Desde su puesto como edil en el Cabildo de La Palma impulsó medidas de protección para estos genotipos, así como también para la vaca palmera y el cerdo negro canario. En justo reconocimiento a su labor y a título póstumo, desde 2011 la granja experimental del Cabildo de La Palma lleva el nombre de “Antonio Manuel Díaz Rodríguez”. En igual medida, el Concurso Monográfico del Perro Pastor Garafiano, instituido desde 2008 en el marco de la feria ganadera de San Antonio del Monte, porta hoy la denominación “Antonio Manuel Díaz Rodríguez”.
El propio Díaz, en su finca de la Hacienda de Bajamar (Breña Alta), crió ovejas, gallinas camperas de la isla y, sobre todo, pastores garafianos. De esta última raza repartió gratuitamente más de 1.000 cachorros, requisito que contribuyó en 2004 a su definitivo reconocimiento oficial por la Real Sociedad Canina como “raza autóctona española”; en la actualidad, se espera su registro internacional. Como recuerda su amigo el veterinario y biólogo del Instituto Canario de Investigaciones Agrarias Juan Capote Álvarez, “hasta el último momento, Antonio Manuel mantuvo el interés de un joven investigador; cuando murió tenía dos perros en su casa, un pastor garafiano y un ratonero palmero, que simbolizan de manera clara a una raza consolidada y a otra emergente, es decir, su trabajo y su ilusión”. La herencia de esta pasión ganadera ha sido continuada tanto por el propio Juan Capote como por otros solventes veterinarios y profesores canarios como Antonio Jesús Fernández Rodríguez, María del Rosario Fresno, Rafael González y Juan Luis López. En idéntica forma, sus propias hijas han asumido ese legado. Una de ellas, Rosa Elena Díaz, por ejemplo, es doctora en Biología, y otra, Silvia, es veterinaria.
Esta inclinación por la naturaleza se concretó, asimismo, en su defensa constante del patrimonio natural de La Palma. Esporádico publicista en los medios de comunicación social, siempre en defensa de los valores medioambientales de la geografía palmera, fue uno de los fundadores de la Asociación Junonia Mayor de Amigos de la Naturaleza (1982), ateneo ecologista inspirado en la corporación homónima Asociación Tinerfeña de Amigos de la Naturaleza y dedicado a la protección de la fauna, flora, paisaje y tipismo de La Palma. En fecha más reciente, Díaz Rodríguez había sido designado miembro del Patronato de Espacios Naturales de la isla de La Palma. Junto a su amigo Agustín Rodríguez Fariña mantuvo en las convocatorias de este organismo una postura comprometida y crítica frente a las tesis oficialistas, con frecuencia más atraídas por un beneficio inmediato que asentadas en una perspectiva lógica. Debido a ello, ambos intelectuales acabaron siendo cesados de la corporación. En este terreno, conviene colacionar que Díaz llegó a atesorar una copiosísima colección de imágenes de los paisajes insulares y que hoy en día quedan como mudos pero objetivos testigos de un desarrollo con frecuencia mal entendido.
Al mismo tiempo, Díaz Rodríguez participó en cuantas empresas tuvieron aplicación en la mejora del patrimonio natural o cultural de La Palma. En esta línea no deben olvidarse sus inclusiones como miembro constituyente en la Fundación para la Recuperación del Patrimonio “Villa de Garafía” (1991), la Asociación Española del Perro Pastor Garafiano (1997), la Asociación de Criadores de la Oveja Palmera (2000-2001) o la Sociedad de Estudios Generales de la Isla de La Palma (2003).
Esta vocación por la naturaleza se combinó con un compromiso científico manifestado en su activismo por la Real Sociedad Cosmológica, entidad de carácter cultural fundada en Santa Cruz de La Palma en 1881 y espejo de la tradición ilustrada de la isla. Cabría rememorar que fue su presidente entre 1977 y 1986, y bajo su mandato se acometió la principal reforma de la entidad en sus más de ciento treinta años de trayectoria. Con este fin se procedió a la ampliación del edificio, sede en lo antiguo del pósito de la ciudad, sito en el número 6 de la calle Vandewalle, para lo que se aprovechó el patio-mirador de la vertiente norte. Además, de estos años data un debate público sobre la naturaleza jurídica de la sociedad. Y así, frente a las pretensiones del consistorio de Santa Cruz de La Palma de apropiarse de La Cosmológica y convertirla en mera biblioteca pública municipal –hubiese mantenido sólo el nombre–, la junta directiva presidida por Díaz contrapuso la visión de una entidad mucho más ambiciosa. La Cosmológica se entendió –por fortuna, aún hoy también– como un foro en el que tiene cabida la iniciativa particular o, en otras palabras, como un cauce de participación de la ciudadanía más allá de la administración pública. Fueron unos momentos delicados, coincidentes, además, con la etapa como concejal de Díaz Rodríguez en el Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma. No en vano, el consistorio municipal, propietario del inmueble en el que se ubica La Cosmológica, llegó a redactar un borrador de estatutos para controlar la institución. Por gracia, La Cosmológica permaneció como una institución independiente y de servicio público.
Los compromisos cívicos condujeron a D. Antonio Manuel a colaborar en restablecer la dignidad de los represaliados tras el alzamiento militar de 1936, una cruda realidad sufrida en su propia familia. Díaz Rodríguez fue uno de los investigadores pioneros en confeccionar un listado de desaparecidos o ejecutados y, desde la década de 1990, comenzó a dar a la luz, bajo seudónimo, diversos artículos sobre la cuestión, una de las más oscuras de la historia de La Palma. Dos circunstancias acaecidas años antes, y que ponen de relieve una vez más su talante, fueron los modos en que clandestinamente retornaron desde Las Palmas de Gran Canaria los restos de Alonso Pérez Díaz, o cómo se repusieron en el cementerio santacrucero algunos elementos formales de la tumba del periodista, educador y librepensador Hermenegildo Rodríguez Méndez (1870-1922). En primer lugar, cabe recordar que D. Alonso había fallecido preso en 1941. Hacia 1961, y por iniciativa de sus hermanas, sus huesos se trajeron de la capital grancanaria hasta la necrópolis de Santa Cruz de La Palma, depositándose sin nominación alguna en un nicho del mausoleo familiar; Antonio Manuel Díaz fue una de las tres personas que se ocuparon de esta amarga repatriación. Por su parte, la sepultura de Rodríguez Méndez se erigió rematada por una alegórica columna, prudentemente escondida tras el triunfo del golpe de estado de 1936. Durante el mandato de Díaz en La Cosmológica, y bajo la supervisión del investigador y artista Alberto José Fernández García (1928-1984), miembro también de la dirección cosmológica y custodio de la columna, la pieza se repuso en el sepulcro de D. Gildo.
Premio Universidad Ambiental de La Palma
Este interés panorámico por la cultura insular se manifestó en numerosos trabajos, publicados en la prensa regional y local o en libros colectivos. Personajes singulares y sabrosas anécdotas de otros tiempos, cuyos relatos sólo habían sido transmitidos hasta entonces en narraciones orales, fijaron su atención. En este sentido, buena prueba de esta afición por lo costumbrista es el trabajo de contextualización que preparaba sobre la poesía satírica de Domingo Acosta Guión (1884-1959), en la que se mostraba una descripción e identificación de los personajes o de las circunstancias que iluminara la exégesis humorística de los versos, crípticos para la mayoría lectora. También cabe incluir en esta faceta una extensa recopilación sobre recetas de licores caseros. De mayor gravedad fue su aportación al libro Santa Cruz de La Palma en blanco y negro (2000), en coautoría con Juan Julio Fernández Rodríguez y Juan Carlos Díaz Lorenzo, del que suscribió el capítulo “La sociedad” (pp. 134-191), o sus contribuciones en diversas publicaciones, en particular la relativa al perro pastor garafiano aparecida en la Revista de estudios generales de la isla de La Palma (“Recuperación y reconocimiento formal de la raza canina: pastor garafíano”, nº 1, 2005, pp. 91-116), así como otros artículos insertos en cabeceras de divulgación.
Se trata, en definitiva, de un cúmulo de trazos que desde distintos ángulos retratan el complejo perfil de un palmero con pincelada profunda en lo local y amplia perspectiva en lo universal. Condecoraciones como las de Francisco de Miranda de tercera clase (1975) y Andrés Bello de segunda clase (1980), otorgadas por el gobierno venezolano; Distinción Honorífica de la Consejería de Agricultura, Pesca y Alimentación del Gobierno de Canarias (2003); Distinguido de la Isla por la Fundación Canaria para el Desarrollo y la Cultura Ambiental de La Palma (2003); Presidente de Honor de la Asociación Española del Perro Pastor Garafiano (2008); Distinción de la Sociedad Española para los Recursos Genéticos Animales (SERGA); Medalla de Oro de la Villa de Garafía (2009); y Embajador de Buena Voluntad de la Reserva Mundial de la Biosfera de La Palma (2009), fueron algunos de los reconocimientos y galardones de los que se hizo merecedor. Pero por encima de todo, servir a su tierra, a la Tierra, fue su mayor recompensa. Con la muerte de Antonio Manuel Díaz Rodríguez se ha marchado un pedazo del alma palmera de la segunda mitad del siglo XX. Queda, sin embargo, su compromiso. Nuestro compromiso.