El pasado 13 de octubre de 2016 nos invitaron a presentar el tomo III de Arquitectura y Paisaje en las XII Jornadas de Patrimonio Histórico de Agüimes, Gran Canaria.
Este es el texto de nuestro querido amigo y colaborador de Rincones del Atlántico, Fernando Redondo Rodríguez, en el acto de presentación.
PRESENTACION DEL III TOMO DE RINCONES
Agüimes 13 de octubre, 20,00 horas
Buenas noches, gracias por asistir y especialmente por invitarme. En estos tiempos asistir a la presentación de una nueva publicación y más de esta calidad, es como que te inviten al nacimiento de un nuevo Mozart. Ni es habitual, ni puede uno perdérselo.
La pregunta que me inquieta es ¿Por qué estoy aquí? Es importante saberlo para que mi intervención responda a las expectativas del autor/editor. Supongo que la amistad no es razón suficiente. Por tanto debo buscarlo en mi trayectoria personal.
Me defino como un economista que se ha especializado en lo que se denomina “economía regional”, que como tal especialidad se inicia a finales de los sesenta. Hasta entonces, el ámbito de estudio del comportamiento económico es el estado o las naciones. La política fiscal, monetaria, de empleo, y especialmente del crecimiento, se estudiaba ignorando el territorio. En parte por la inexistencia de datos regionales y en gran parte porque las decisiones no tenían en cuenta el impacto que se producía en una parte limitada del país. La economía ignoraba al territorio.
A medida que el conocimiento se mejoraba, la pregunta que nos hacíamos es por qué, por ejemplo, Canarias no conseguía salir del atraso, a pesar del despegue de la economía española; cuáles eran las claves y mecanismos para que el crecimiento alcanzara a todo el territorio y, sobre todo, si podíamos hacer algo. Si recuerdan, toda la literatura hasta esos años giraba sobre “la nación”. España se desarrollaba, pero dejando zonas inmensas atrasadas y desiertas, desequilibrios territoriales que empujaban a la población a emigrar a los cinco polos de atracción económica y desertizaban al resto del país
En Canarias, y no por casualidad, se iniciaron los primeros ensayos españoles de economía regional, para conocer qué nos pasaba. El libro de Bergasa y González Viéitez “Desarrollo y subdesarrollo de la economía canaria” de 1968 es una buena muestra. Canarias era un ejemplo de una realidad física, económica y, sobre todo, cultural singular. Es decir, seguramente por nuestra singularidad, construimos respuestas únicas.
Es el primer trabajo que intenta explicar la vinculación entre marco institucional y nivel de desarrollo.
La conclusión es que no es posible un desarrollo permanente y equilibrado de nuestra región sin conocer, comprender y adaptar nuestras decisiones al entorno. A esto respondían leyes, normas y prácticas específicas de Canarias: nuestro acervo o, lo que es lo mismo, nuestro marco institucional, debe responder a nuestra realidad física y geoestratégica o fracasa. La historia, las respuestas a los retos internacionales, y nuestro especial régimen administrativo y fiscal es producto de la adaptación de nuestro medio natural a una realidad singular.
A estas alturas, tienen derecho a preguntarse que tiene esto que ver con Rincones. Paciencia, ya lo verán.
¿Y cual es nuestro entorno, y realidad singular? la respuesta es sencilla, porque lo hemos ido construyendo a través de los siglos: somos unas islas atlánticas.
Supongo que ya adivinan por donde voy: “Rincones del Atlántico” se llama este proyecto y concretamente, “Arquitectura y paisaje”.
La pregunta es, por tanto, ¿por qué es tan importante esta iniciativa?, ¿qué nos desvela esta publicación?
Mi formación me inclina irremediablemente a formularme determinadas preguntas:
La primera es ¿cómo vivimos y nos adoptamos a los retos de nuestro entorno? La forma de ocupar el territorio, la tipología constructiva y cómo evolucionan en el tiempo, y especialmente las pautas alimenticias, culturales y de consumo, están determinadas por el clima, la insularidad y las relaciones comerciales exteriores. No voy a extenderme en este aspecto, pero si observamos como viven los canarios, podemos notar que se diferencian notablemente del resto de España. El acceso histórico a determinados mercados y productos afectan a nuestras pautas de consumo y hábitos.
En segundo lugar, ¿de qué vivimos?: es este el aspecto que hoy me interesa comentar especialmente. Nuestro sistema económico no es inmutable y ha tenido cambios radicales que se reflejan en el paisaje insular. Nuestra memoria visual nos ha dejado determinadas imágenes que asimilamos como si fueran permanentes.
Pero no siempre ha sido así. Hemos pasado de un paisaje africano, con prácticas de pastoreo y alimentos típicos del Norte de África, con una ocupación del territorio que respondía a este tipo de economía y necesidades hidráulicas a una radical transformación por la llegada de los europeos (caña de azúcar, viñedos, cereales), que cambia no sólo el paisaje sino la propiedad y el aprovechamiento del suelo y el agua y que tiene un profundo impacto en la localización de la población y especialmente en la construcción de un marco institucional, fiscal y administrativo que diera respuesta al nuevo sistema económico.
Es el periodo más corto de nuestra historia, porque el inmediato descubrimiento de América supuso el impacto más decisivo en nuestro paisaje. Hoy no podríamos imaginar como sería nuestra vida y paisaje sin las papas, millo, tabaco, pimientos, calabaza, tomates, aguacate, mangos, calabacines, y hasta las judías, que llegaron del nuevo mundo.
Nuestras prácticas agrícolas que configuran el paisaje y el lenguaje y prácticas culturales sólo se explican por los nuevos productos atlánticos. Por ello, calificar a nuestras islas de Atlánticas no es un recurso poético, es una descripción acertada.
Siempre he tenido curiosidad por analizar el impacto americano en nuestro territorio. De qué forma los nuevos productos, lo que comemos, y de lo que vivimos, nos ha transformado la vida.
Así podemos llegar hasta finales del siglo XIX en que el impacto de un nuevo invento, los puertos, volvieron a cambiar nuestro paisaje. Es el cuarto terremoto que nos afectó: Los bereberes, los españoles, América, y ahora la integración en el comercio internacional con el empuje de las potencias europeas.
Es cierto que es una interpretación simplista, por ejemplo actividades como las salinas, con importante presencia paisajista en todas las islas responde al nivel tecnológico. Es el conservante natural que se conocía desde hacia siglos. El frío las desplaza y las deja sin uso. Así como los molinos de agua y otras construcciones que se mantienen durante siglos. El almendrero es otro de los productos que merecen un estudio aparte.
El cultivo intensivo del plátano, el tomate y otros productos de exportación ha supuesto el mayor impacto que habíamos experimentado en nuestro paisaje. Nos hemos acostumbrado a esos impresionantes bancales en todas las islas y hemos vivido la mayor inversión en infraestructura hidráulica de nuestra historia, una capitalización increíble que sólo se explica por la existencia de los puertos y la revolución del transporte.
Por tanto, nuestro paisaje nos enseña con sus huellas de lo que vivimos. Basta hojear detenidamente la obra de Rincones que nos descubre lentamente nuestra historia. Depende de la mirada personal
¿Y ahora?, es fácil responder: el turismo. Pero esa es otra historia.
Y por último, el por qué. El paisaje, al igual que nos cuenta nuestra historia económica, nos cuenta quiénes han llegado a nuestros campos. La influencia española, portuguesa, anglosajona y americana, está en nuestro paisaje. Nuestro mestizaje cultural se puede leer en el paisaje
Este elemento patrimonial, tan unido al paisaje eminentemente agrícola de las islas, representa uno de los bienes esenciales para conservar lo local, nuestra cultura, tradiciones y memoria frente al vacío y a la clonación y homogeneización del mundo globalizado, nos recuerda Daniel en la presentación.
La conclusión final es analizar cómo hemos ido dando respuestas sensatas a nuestras demandas de mejor calidad de vida, sin agredir a nuestro territorio y nuestra naturaleza. Para ello, tenemos el ejemplo de las experiencias históricas de respuestas locales. Por eso es importante el estudio de nuestra economía regional al que aludía al principio. Podemos ser un ejemplo vivo de cómo responder ante el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y los retos de un mundo con recursos limitados. Cada pueblo tiene que encontrar su equilibrio. Aprendiendo de los aciertos y evitando reiterar los errores. No es incompatible: nuestra historia nos confirma que es posible encontrar respuestas adecuadas a las nuevas demandas. El camino de Rincones es un buen inicio.
Quiero terminar con una sencilla reflexión. Con reiteración escuchamos a muchos responsables que lo primero “son las personas” y para rematarlo te preguntan, pensando que te ponen en un aprieto: ¿usted prefiere a las plantas y los animales o a las personas?
¿Pero es que alguien todavía cree que uno puede sobrevivir sin el otro? Parece que sí, a la vista de la nueva Ley del suelo. Se plantea una disyuntiva falsa.
Hace años leía un simpático ejemplo: deberíamos pensar que todos somos peces en una pecera. Y así y todo, nos empeñamos en envenenar el agua que nos mantiene vivos. Y siempre habrá alguien que pregunte: usted qué prefiere ¿el agua o los peces?
No sé si somos ignorantes, locos o simplemente estúpidos.