Intervención de Juan Sánchez García en el acto de presentación del nuevo número de Rincones del Atlántico, el tomo II de Arquitectura y Paisaje[1].
Por Juan Sánchez García, economista, profesor de la ULL
Buenas noches.
En primer lugar quiero agradecer a Daniel Fernández, alma mater del proyecto Rincones del Atlántico, que haya contado conmigo para estar en esta mesa con ocasión de la presentación del Tomo II de Arquitectura y Paisaje.
Por las conversaciones mantenidas con él entiendo que hoy, en La Orotava, no sólo se está presentando dicho Tomo sino Rincones del Atlántico en sí. Un proyecto cuyo nacimiento tuvo mucho que ver con la Villa y cuyo primer hito visible apareció en las librerías de las islas hace once años, en diciembre de 2003. Una aventura que llevaba “acariciándose desde mucho tiempo atrás”, como recoge el primer editorial de Rincones.
Cuando Daniel me llamó para invitarme a estar en la mesa le pregunté, como siempre hago cuando me invitan a algún acto de esta naturaleza, por qué había pensado en mí. Me dijo que recordaba el entusiasmo que le transmití en su momento por la publicación del primer número, y cómo me hice ávidamente con un número importante de ejemplares para regalar a la familia y amistades. Sin duda fue todo un enamoramiento, un flechazo, un encuentro inesperado y bello, serendipity total, que hasta hoy se mantiene. Daniel me pidió que compartiera con ustedes en estos doce minutos las sensaciones de ese enamoramiento y es lo que voy a hacer.
Para mí aquella aparición fue como la manifestación de una celebración; una oportunidad para participar e integrarme en la comunidad Rincones del Atlántico que se ponía en marcha, creando un vínculo con mis allegados a través de aquel primer ejemplar.
A modo de reconocimiento permítanme que entresaque y les lea algunos párrafos del primer editorial, su tarjeta de presentación:
“Queridos lectores: …Recoger lo bueno de la inmensa experiencia del pasado y aprender de los aciertos y los errores de nuestros predecesores, nos ayudará a plantar la buena semilla para que nuestros hijos puedan luego recogerla y plantarla de nuevo, y éstos puedan obtenerla también para los suyos, nuestros nietos. Eso mismo planteaba nuestro querido paisano, Francisco González Díaz –[el amigo de los árboles]- en el primer tercio del siglo XX: ‘Sembremos semillas y sembremos ideas. De las primeras, algunas quedarán; de las segundas, permanecerán siempre las buenas’”… Nuestro reto es que pongamos unos granitos de arena de buena voluntad y compromiso, y que desde una actitud humanista, positiva y constructiva, a través del conocimiento y la valorización de lo que tenemos, ‘pensando en el futuro, actuando en el presente, pero sin olvidar el pasado’, podamos amar y proteger nuestra tierra… Ahora –[recuerden que hablamos de diciembre de 2003]- es el momento de aportar soluciones reales que ayuden a mejorar nuestro entorno, apoyar, diversificar, y dinamizar nuestros campos y paisajes de una manera consciente, inteligente, hermosa, solidaria, ecológica y socialmente perdurable, potenciando el apoyo mutuo y la participación de todas las personas…. Aquí comenzamos la difícil y también maravillosa aventura,…”.
La oportunidad que me ha dado Daniel de estar aquí hoy con ustedes me llevó a releer dos artículos de prensa que llamaron mi atención en su momento y que hoy traigo a colación: el primero es del filósofo y sociólogo francés Edgar Morin, un artículo de 2010 que me sugirió el amigo Alberto de Armas, hoy aquí entre nosotros, y el segundo del escritor y periodista español Vicente Verdú, de 2011.
Morin titulaba su artículo “Elogio a la metamorfosis”, y eso es lo que quiero yo celebrar hoy aquí, elogiar la metamorfosis que ha significado y está significando Rincones del Atlántico. Para Morin el objetivo ahora es salvar a la humanidad. La idea de metamorfosis aporta para él la esperanza en un mundo mejor. Para ello urge cambiar nuestros modos de pensar y vivir. “¿Cómo cambiar de vía para ir hacia la metamorfosis?”, se pregunta Morin. “Todo comienza siempre con una innovación, un nuevo mensaje rupturista, marginal, modesto, a menudo invisible para sus contemporáneos…”, se contesta. Sin duda Rincones del Atlántico es un ejemplo de ese tipo de innovaciones. Morin además señala que ya no basta con denunciar, hace falta enunciar. Y enunciando es lo que ha estado haciendo y hace Rincones del Atlántico.
En 2010 señalaba que de hecho, “todo ha recomenzado, pero sin que nos hayamos dado cuenta. Estamos en los comienzos, modestos, invisibles, marginales, dispersos. Pues ya existe, en todos los continentes, una efervescencia creativa, una multitud de iniciativas locales en el sentido de la regeneración económica, social, política, cognitiva, educativa, étnica, o de la reforma de vida. Estas iniciativas no se conocen unas a otras;… Son estas vías múltiples las que, al desarrollarse conjuntamente, se conjugarán para formar la vía nueva que podría conducirnos hacia la todavía invisible e inconcebible metamorfosis…”. Y cuando Morin señala que estas iniciativas no se conocen unas a otras es cuando me lleva a la lectura del artículo de Vicente Verdú, publicado un año después, con un título muy evocativo: “Psicoanálisis del rincón”. Para Verdú si un fenómeno caracteriza a nuestro tiempo, obsesionado por la «transparencia», es la escasez de escondites; nichos donde forjar un nido propio, diferente y particular. Para el escritor el rincón, sería, en buena medida, la metáfora perfecta para ilustrarlo. Hablamos de una acepción de rincón que plantea la necesidad de disponer de un refugio que permita poder cultivar un suelo donde sembrar las semillas y las ideas de las que hablaba el amigo de los árboles, Francisco González Díaz. No hablamos de las acepciones de rincones en el sentido de arrinconar: de aquel lugar donde se aparta a alguien, el lugar de estrechos límites hasta el que se persigue a una persona o un animal e impedirle la salida; un lugar donde desatiende o abandona una actividad o a una persona; un lugar donde se pone una cosa para retirarla del uso.
No, hablamos, y retomamos a Verdú, del cantón entrañable, propicio al retiro. Hablamos del rincón como sede de la intimidad, la discreta residencia del alma particular. Rincones del Atlántico responde a esta acepción: es una reserva de silencio que nos proporciona escondites, oportunidades para la reflexión artesanal. Pero también es un sendero en donde uno puede hallar escondrijos, un río con recodos, lleno de arte con mucho que descubrir, mucho que meditar y discernir (D. Le Breton, Elogio del caminar).
Rincones del Atlántico es un archipiélago de islas unidas por aquello que las separa, una definición que servía de lema de la extinta revista de crítica cultural Archipiélago. Rincones del Atlántico pone el acento en el mar que une a las islas, a las iniciativas de las que habla Morin. Rincones ha sido y es la manifestación de una efervescencia creativa, es parte del mar que une multitud de iniciativas locales. Rincones del Atlántico reivindica la condición de unas Islas Canarias y de los archipiélagos vecinos y hermanos de la Macaronesia como zonas ultrasensibles del Planeta, como el surrealista André Breton gustaba caracterizar a las islas.
Rincones del Atlántico es una buena guía para el choraster, el personaje que se adentra en la chora, en el rur, en el entorno de la polis. Recordemos que la chora no estaba sometida a la ciudad, era complementaria, necesitaba de ella para asegurar su comida. Para el choraster de nuestro Rincones del Atlántico, el paisaje insular no está ahí, esperando por él para meramente ser visto, como algo a ser descubierto. Al contrario, es un personaje consciente de que él mismo es creado por el propio paisaje que observa y que se va haciendo con el paisaje en tanto está y forma parte de él. Rincones del Atlántico pone al choraster frente al paisaje como escuela de la mirada, de una mirada fresca capaz de escudriñar el tantas veces inexplorado territorio de lo cercano. Y al hacerlo lo ensancha, lo amplifica, provocando esa grata sensación – ¿esa paradoja? – de que cuanto más se ahonda en el paisaje de la isla, más grande se le hace. Diluye con ello esa especie de aforismo que tanto nos aqueja en nuestra relación con la naturaleza: una relación, a la vez, tan cercana y tan lejana (J. Sánchez, Un relato personal sobre las economías de alcance del vino).
Rincones del Atlántico es una revista resiliente. Estoy seguro, y a las pruebas me remito, que Daniel y su equipo han incorporado desde la propia concepción del proyecto el concepto de resiliencia de manera que la revista es adaptable y transformable mediante la habilidad que han tenido en identificar oportunidades, movilizar recursos, ejecutar opciones, desarrollar procesos, aprender como parte de un proceso iterativo y reflexivo. Lo está demostrando la propia historia del proyecto de más de once años, en un contexto de gran incertidumbre como el actual.
Uno de los indicadores de la resiliencia de un proyecto es que éste ha de ser razonablemente beneficioso para el que lo aborda, de manera que si queremos que el paisaje cultural siga contando con Rincones del Atlántico colaboremos con el proyecto. Les animo a que invirtamos en este bien comunal. Hagámoslo nuestro como apunta el primer editorial de Rincones: “contamos con ustedes queridos lectores para que la difundan y participen en este nuevo proyecto, el cual con el esfuerzo y la voluntad de todos, podrá hacerse realidad y cumplir sus objetivos”.
Termino compartiendo con ustedes un texto del escritor alemán Sebald sobre el romántico Chateaubriand y leyéndoles el guión personal de un video de 40 segundos que elaboré a finales de octubre de 2012.
El texto, un homenaje al árbol, es una dedicatoria para Daniel y su equipo. Dice así: “Cuando en 1807, [Chateaubriand] regresó de un largo viaje a Constantinopla y a Jerusalén, en La Vallée aux Loups, cerca de la población de Aulnay, se compró una casa oculta entre colinas arboladas. Allí comienza a escribir sus recuerdos, y, justo al comienzo, escribe de los árboles que ha plantado y de los que él mismo se ocupa uno por uno. Ahora, escribe, son aún tan pequeños que yo les doy sombra cuando me pongo entre ellos y el sol. Pero alguna vez, en un futuro, cuando hayan crecido, me devolverán la sombra y protegerán mi vejez tal como yo les he protegido a ellos en su juventud. Me siento unido a los árboles, para ellos escribo sonetos y elegías y odas; como a niños los conozco a todos por sus nombres y sólo deseo poder morir bajo su sombra” (W.G. Sebald, Los anillos de Saturno).
El video autograbado el 21 de octubre de 2012 en la finca de Mamio fue un proyecto que no cuajó de la campaña de apoyo de financiación colectiva para la publicación del número que presentamos hoy en La Orotava.
El guión del video dice así: “Buenas tardes. Desde un rincón de la cota 1000, con el primer número de Rincones del Atlántico a un lado, con las nueces que a Daniel le encantan tanto y con el fruto del árbol más sensual de la laurisilva, el arbutus canariensis, alias madroño, al otro, sólo puedo decir que Rincones del Atlántico tiene que seguir para adelante: mar de iniciativas autónomas que circundan nuestro entorno. Gracias, Daniel”.
Déjame que te lo agradezca con estas nueces y mermelada de madroño de temporada de la finca de Mamio.
[A continuación Juan Sánchez García coge de una esquina de la mesa de presentación una bolsa de nueces y un tarro de mermelada de madroño que tenía escondidas y se las entrega a Daniel Fernández]
[1] El acto tuvo lugar el viernes, 12 de diciembre, a las 20:00 h en el Liceo de Taoro, Villa de La Orotava. En el acto intervinieron, asimismo, Álvaro Santana Acuña, profesor del Departamento de Sociología de la Universidad de Harvard; Arnoldo Santos Guerra, botánico y miembro del Consejo Asesor de Rincones; Ruth Acosta Trujillo, autora del artículo sobre La Gomera “La arquitectura tradicional en el medio rural de La Gomera” en “Arquitectura y Paisaje, tomo II”; y Daniel Fernández Galván, coordinador de la publicación.