Álvaro Santana Acuña[1]
En 1888 Jack el Destripador mató a cinco prostitutas y mutiló horriblemente sus cuerpos. Los asesinatos en serie ocurrieron en Whitechapel, uno de los barrios más insalubres de Londres habitado por prostitutas, emigrantes sin estrella y menesterosos. Si Jack el Destripador hubiese vivido en Santa Cruz de Tenerife en 1888 habría asesinado a sus víctimas en El Toscal. Como Whitechapel, El Toscal era entonces un barrio de mujeres perdidas, proletarios empleados en el puerto y campesinos sin tierra ansiosos por emigrar a América. Los burgueses con sus zapatos de charol y las damiselas con sus enaguas almidonadas no se atrevían a visitarlo. El ayuntamiento llegó a silenciar ante la opinión pública un brote de cólera ocurrido allí en 1907.
En 2012 Whitechapel es un vibrante barrio multicultural. Acoge a varias de las galerías de arte más influyentes del mundo, se respira un importante activismo político y sus calles sirven de plató para películas. Todo ello sin perder su identidad histórica como barrio de clase trabajadora. Mientras, en 2012, El Toscal continúa siendo el barrio del fin del mundo. El ayuntamiento actúa como un Jack el Destripador, estrangulando al barrio lentamente al privarle de servicios públicos básicos. Su deseo es clavarle el cuchillo del Plan General de Ordenación y sacarle las entrañas: sus casas terreras, pasajes y ciudadelas.
¿Por qué? En 1888 El Toscal era un barrio de las afueras. Hoy ocupa miles de metros cuadrados de suelo urbanizable en pleno Santa Cruz. ¡Paradojas del destino! Ese barrio que burgueses y damiselas jamás pisaban se ha convertido en una reliquia del centro histórico. Hasta la década de 1950, Santa Cruz se comparaba en hermosura a Lisboa. Pero entre 1955 y 1970 la mayor parte del centro fue descuartizado. Desde hace años el ayuntamiento (y los especuladores) pretenden hacer lo mismo en El Toscal. Ahora, el alcalde y el concejal de urbanismo para disfrazar sus intenciones afirman que seguirán el plan del centro histórico de La Laguna. Es decir, un plan nefasto de especulación patrimonial implantado por la empresa privada multinacional “Arquitectura, Urbanismo y Cooperación”.
Como en La Laguna, las casas terreras de El Toscal serán las primeras víctimas del plan. Luego lo serán las ciudadelas, una vivienda característica de finales del siglo XIX donde los habitantes compartían espacios como los baños y la cocina. En otras ciudades, viviendas similares están protegidas por ley. Por ejemplo, Nueva York y Edimburgo cuentan con museos del “tenement house”, donde se enseña la adversa pero muy digna historia de esas casas y sus habitantes. ¿Qué pretende hacer el ayuntamiento? Destruir la historia. Demolerá la ciudadela de la calle de las Tribulaciones y así ya sólo quedarán tres. (Llegaron a existir más de veinte). Paradójicamente, el ayuntamiento lo gobierna un partido nacionalista que dice proteger nuestra historia y velar por los intereses de las familias canarias.
Para estrangularlo mejor, el ayuntamiento pretende peatonalizar parte de El Toscal. El resultado será como en La Laguna: la liberalización salvaje de las actividades comerciales. Con la fiebre del oro de la peatonalización, el pequeño y mediano comercio toscalero empezará a desaparecer y será reemplazado por franquicias que pagarán alquileres más altos para abrir en la nueva zona comercial de moda. El pez gordo se comerá a los pequeños. Asimismo, los residentes serán expulsados, indefensos ante la subida de los alquileres y la presión del capital foráneo deseoso de convertir viviendas familiares en oficinas y demás.
La solución es fácil pero requiere más que nunca del gran coraje mostrado por las y los toscaleros. Primero, deben exigir en la actual revisión del Plan Especial de El Toscal que la ciudadela de la Tribulaciones sea convertida en un museo dedicado a la historia del barrio y el puerto de Santa Cruz. Asimismo, una comisión vecinal autónoma ha de supervisar la gestión del patrimonio toscalero. Y segundo, deben exigir un sistema de cupos para contrarrestar la liberalización de las actividades comerciales. Es decir, las franquicias y similares sólo podrán alquilar un porcentaje limitado de locales. El resto los ocuparán pequeños y medianos comerciantes, preferentemente de la zona. El mismo sistema de cupos debe aplicarse a la vivienda. Así El Toscal seguirá siendo un barrio residencial y no una prolongación de la zona de oficinas en el entorno de la calle San José. Sin una comisión vecinal y un sistema de cupos, El Toscal será pronto otro recinto histórico más convertido en el parque temático de moda para deleite de turistas y ganancia de franquicias multinacionales. El barrio de Whitechapel nos recuerda que en El Toscal pasado y presente pueden convivir en armonía. El ayuntamiento no cederá fácilmente, pero la historia y la dignidad humana están del lado de las y los toscaleros.
[1] Historiador y sociólogo. Universidad de Harvard. Correo electrónico: asantana@fas.harvard.edu